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Exposición "Kura".
Teatro del puente. 2018.

 

Ahora estoy bamboleándome, como ocurriera en mi infancia, cuando —dudoso pero encantado, lleno a la vez de pena y regocijo— bajé a vivir al río Mapocho”.
Alfredo Gómez Morel, en El río.

“Kura”, que en mapudungun significa “piedras”, es el título de esta muestra dirigida por Mercedes Fontecilla y que incluye el video arte/ instalación “ORIGEN: 33º22’25’’S 70º23’50’’W 17.67km 65.3ºNE”, en la que vemos la (des)aparición de una sombra humana sobre el caudal del río Mapocho, una colección de piedras y 22 fotografías en blanco y negro, temáticamente captadas en el río.

La muestra también cuenta con una instalación sonora creada por Sebastián Jatz.

La colisión que provocan las piedras contrastadas con el río nos revela una faceta donde confluyen elementos que conviven en paradójica comunión. Las piedras recopiladas, que aparecen físicamente y luego virtualmente, hablan de este ir y venir, de la intervención que ellas sufren al ser explotadas en pos de la construcción en el río, a la vez que de su renuencia a ser expoliadas de su lecho, retornan bajo ropajes fantasmales que siguen penando en su trayecto mineral, ancestral, rodante y recurrente.

Las piedras adquieren un protagonismo inédito, pues resisten la domesticación e intentan repatriarse, reclamando su lugar. El río fluye, se abre paso entre las rocas y una silueta aparece en su contraste, enfrentando el agua efervescente que atrae a la vez que amenaza (es la tentación del posible suicidio, aquel protagonizado por Virginia Woolf en otro río, y con piedras en sus  bolsillos).

En Origen 33 vemos al fantasma esfumarse, incierto, debatiéndose entre el riesgo y el vértigo, pues quizá su deseo es el de fundirse en la naturaleza, en lo salvaje del torrente. Esta peligrosa tentación habla de un deseo de comunión, acaso destrucción, en su afán por disolverse en otra materia, en otra textura.

Es lo que vemos en la instalación de Jatz, con la ominosa silueta de este órgano colgado del puente, como un estrambótico suicida que sigue creando música, más allá de su extinción corporal, a través de un sonido leve aunque distinguible. La instalación sonora hace eco de trabajos previos de Jatz con una reverberación minimalista pero de largo alcance: notas dilatadas que permanecen como un melancólico cántico que se amplifica y se pliega a la fluidez circular del elemento acuoso. El órgano nos alerta con una ominosa desfamiliarización; su presencia sugiere la de un ser ahorcado, suspendido como está del puente, para ser lamido por las aguas del río Mapocho; la energía mecánica del agua, y la música que brota, como canto final que se lleva la corriente.

Una señal necesaria es la que nos sugieren las tres piezas espejo en la obra de Mercedes, en las que se ha impreso un palíndromo en latín: IN GIRUM IMUS NOCTE ET CONSUMIMUR IGNI (damos vueltas en la noche y somos consumidos por el fuego)

El río es la travesía incansable que se renueva a partir de las corrientes de distintos tonos que lo originan, sus profundidades y velocidades; pero el río también es el sitio en cuyas orillas los cuerpos buscan cobijo de la noche; fogatas son encendidas y los remanentes se descubren con la luz del día, como bártulos rescatados de un naufragio.

El  río es testigo parlante y sus piedras mineralizadas resisten la tentación de ceder; no se dejan llevar por la corriente -al contrario- burlan los pactos impuestos sobre el río, re-significándose constantemente. Su ribera deviene en zona residual que las aguas no alcanzan a borrar o a limpiar siquiera. El río es la paradoja que promete un viaje hacia el olvido y la extinción, pero su hechizo no hace más que resaltar con su eco los palmarios contrastes de la ciudad.

La fisura que geográficamente ejecuta el Mapocho es también una ruptura que evidencia un corte entre el vestigio natural y la avasalladora maquinaria mercantil, como muestra la fotografía donde el pilar más alto y moderno del país pretende reclamar la supremacía del hiper-consumo. Pero el río exige el acomodo de la planificación urbana: puentes para automóviles o peatones; los mismos poyos que sustentan las pasaderas se muestran frágiles cuando la naturaleza los golpea con lluvias y desbordes. Sus esqueletos artificiales se re-significan cuando mutan en precarias viviendas improvisadas y otras más perdurables. El cobijo de sus puentes muestra un anverso de concreto y la posibilidad de re-politizar esos espacios que rechazan la domesticación.

Nicolás Poblete Pardo.

 

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